Me considero una persona católica, practicante, seducida por el mensaje de Jesús. Alguien que cree en Dios a la manera de Jesús. La discusión de estos días en torno a la ley sobre la unión civil, me ha puesto por momentos en situación de tensión. Mientras escuchaba a la institucionalidad eclesial pronunciarse al respecto, sentía que mi corazón no se identificaba con ellos. Eso me preocupa y me ha hecho pensar y orar mucho en torno a este tema. Como católico de a pie, con humildad me permito disentir abiertamente de lo que esa institucionalidad ha expresado la semana anterior. Y también pido perdón a mis amigos homosexuales por esas muestras de menosprecio a algo que me parece la posibilidad del acceso a derechos importantes para ellos.
No pretendo responder con argumentos teológicos ni éticos de alto valor académico, ni hacer uso de las citas bíblicas, pues no quiero manosear más el mensaje de Jesús de Nazaret. Pero sí me centraré en algunas cosas que me han dictado la reflexión, la oración personal, el corazón y el sentido común. Confío en que la voz de Dios ha estado presente en esta reflexión.
Comencé por preguntarme cuántas parejas o cuantos amigos homosexuales conozco o con cuántos he compartido o comparto alguna amistad: una pareja de esposos homosexuales que lleva 7 años casada en EEUU y por quienes guardo mucho aprecio. Una muy estimada amiga que tiene un hijo y que vive con su pareja femenina. Un amigo con el que tuve la oportunidad de trabajar algunos años y de quien aprecio su invalorable amistad.
Luego, empecé a contar los estudiantes que tuve y que eventualmente han ido haciendo pública su homosexualidad, muchos de ellos amigos cercanos.
“Han hablado con miedo, con intolerancia, con soberbia. Personalmente dudo mucho que Jesús de Nazaret firmara esa manifestación”.
Y es que en estos temas siempre resulta fácil opinar cuando no aterrizamos nuestros juicios y opiniones a personas y situaciones concretas. Es fácil juzgar cuando el otro no tiene nombre. Siempre es fácil hablar de “los costos de la guerra”, si no fue tu guerra, o si uno no perdió a nadie en el conflicto. Es fácil hablar de las personas que desaparecieron en alguna dictadura, si es que tú no fuiste o no conociste siquiera al familiar de algún desaparecido. Es fácil decir que la homosexualidad es antinatural, o una enfermedad, claro, si no es tu hermano, tu tío, tu amigo. El contacto con la humanidad de los que viven el problema nos hace tener una visión más compasiva y más humana. Primera lección que aprendí de Jesús de Nazaret.
Y cuando pienso en todos ellos, y pienso en los adjetivos usados: que eso es antinatural, que es una enfermedad, que distorsionan la identidad de la familia, que atentan contra la dignidad humana de los peruanos, que amenazan la sana orientación de los niños. Sentí  un dolor muy profundo. Un dolor de sentir que mis obispos hayan tenido un mensaje tan duro, tan poco compasivo. Se lo han dicho a mis amigos, a aquellos que quiero y que aprecio, a mis antiguos estudiantes. Los obispos no los conocen, no conocen el hogar de donde vienen, la familia que los formó, quiénes son como personas. Han hablado con miedo, con intolerancia, con soberbia. Personalmente dudo mucho que Jesús de Nazaret firmara esa manifestación.
Así que me pregunté: ¿Qué haría Jesús de Nazaret en estas circunstancias? ¿No es Dios a la manera de Jesús el que recibe de manera misericordiosa a todos aquellos que somos sus hijos? ¿No pretende que todos busquemos la felicidad en la entrega incondicional del amor?
Dios a la manera de Jesús antepone a la persona por encima de la ley y de la moral. Es lo humano y es la humanidad lo que debe determinar esa ley y esa moral. ¿No estamos actuando en este caso de manera inversa? ¿No es el Jesús de Nazaret el que reta el rigorismo de los fariseos más preocupados del cumplimiento de la ley judía que de la relación compasiva y misericordiosa de los hombres con Dios?
¿Qué es lo que me dicta la humanidad y el sentido común? En primer lugar que la homosexualidad no es una enfermedad. Lo dice APA (Sociedad Americana de Psicología), lo dice la OMS (Organización Mundial de la Salud).
Segundo, si dos personas, con libertad, deciden compartir la vida juntos, la ley debe de garantizarles ese derecho y lo que de ahí deviene. Y eso pasa por el tema patrimonial, el poder tomar decisiones conjuntas, el que uno no quede desamparado con la muerte de la otra persona. Las viudas en tiempos de Jesús eran seres marginales, porque dependían de un hombre para todo lo legal en la sociedad judía. Si no tenías hijo o esposo, no podías heredar, no eras sujeto de derecho, quedaban desamparadas totalmente ante la ley. Uno de los mensajes cuando Jesús revive a Lázaro, no es en sí el mismo Lázaro, sino lo que está alrededor. Lázaro tiene una madre y una hermana. De morir él, ellas quedarían desamparadas, sin ciudadanía, sin dignidad. Cuando Jesús revive a Lázaro, lo que está haciendo es devolverle la dignidad y su condición humana y de ciudadanos a estas dos mujeres. Ese es el milagro.
¿Qué la unión civil de personas del mismo sexo va contra la ley natural? ¿Pero no es el celibato ir también contra esa ley natural para ponerse al servicio de Dios, del evangelio y de los pobres y marginados?
Tercero. No me asusta ni creo que esta ley distorsione la verdadera identidad de la familia. Aceptar e incluir no significa promover. Creo se va a abrir y sincerar nuevos esquemas de familia. Creo que la familia conformada como padres, madre e hijos es el referente familiar ideal. Sin embargo, eso no debe de cegarnos a otros modelos familiares, construcciones familiares diferentes. En los años como docente de colegio he visto familias “disfuncionales” que son muchísimo más “funcionales” como referentes formativos y de valores que familias clásicas, que a más de una le faltaba algún tornillo. Hace tan solo unos años el ser hijo extramatrimonial o de madre soltera venía rodeada de un estigma y de marginación y de privación en cuanto a tema de derechos de estos hijos llamados “ilegítimos”. ¿A cuántos hijos “ilegítimos” hemos negado el derecho a estudiar en nuestras escuelas católicas? ¿No tenemos actualmente el mismo problema con el divorcio?
“Creo que como católico, es mi deber salir al encuentro de nuestros hermanos que han sido y vienen siendo marginados, insultados, y de alguna manera privados en sus derechos”.
En cuarto lugar, se menciona que esta ley puede abrir la puerta a la adopción y a tener hijos por parte de familias homosexuales. ¿Me preguntan si les daría un hijo en adopción a esta pareja de amigos? No lo pensaría dos veces. Niños que recibirían cariño y afecto incondicional, además de ejemplos de comportamiento humano, solidario, de su visión del prójimo. Realmente serían unos excelentes padres. Y estudios longitudinales han demostrado que el ser educado en familias homoparentales no afecta en el desarrollo de la identidad, en mayor o menor cantidad de lo que puede hacerlo una familia convencional. (Acá pueden ver el estudio de la APA http://www.apa.org/pi/lgbt/resources/parenting-full.pdf ).
Creo que como católico, es mi deber salir al encuentro de nuestros hermanos que han sido y vienen siendo marginados, insultados, y de alguna manera privados en sus derechos. Creo que Jesús de Nazaret, antes de entrar a azotarlos, o a apedrearlos, o a defender la ortodoxia de la ley judía, cenaría con ellos, se quedaría en su casa, no los juzgaría, sino que rescataría de ellos lo más humano, lo más digno, se “contaminaría” con ellos, como lo hizo con los que eran marginados en su época, los enfermos. El problema para la ortodoxia de los tiempos de Jesús eran los enfermos y las prostitutas. Hoy con ese mismo lente, lo son los homosexuales. ¿Dónde estaría Jesús de Nazaret?
Y si uno de ellos fuera Jesús de Nazaret. ¿Qué le dirías? ¿Tendrías el valor de negarle sus derechos? ¿Le dirías que es antinatural, que es un enfermo, que es  impuro, un pecador? ¿Qué le dirías? ¿Qué harías? ¿Lo recibirías con un abrazo o te escandalizarías de él? ¿Lo mirarías con desprecio porque te puede contagiar su homosexualidad? “¿Cuándo te vimos forastero y te acogimos, o desnudo y te vestimos?”(Mt, 26,38)
Finalmente, como mencionaba un amigo en un post del Facebook: “No todo en la tradición católica es dogma, es decir que hay asuntos sobre los cuales se puede opinar o discrepar, y sobre los cuales no todos los católicos estamos obligados a creer a pie juntillas. Por ello es bueno recordar la frase atribuida a San Agustín: ‘Unidad en lo necesario, libertad en lo opinable, caridad en todo’” (VHM).
¿Quién es tu prójimo?