Ayer el Sodalicio de Vida Cristiana presentó oficialmente el
informe que da cuenta de lo que ya se sabía: varios de sus miembros comprometidos
en abusos contra jóvenes y menores. ”Desconfía de los santos, así sea de los de
verdad” decía el filósofo Savater en la introducción a su libro “Ética para
Amador”. Algunas reflexiones a partir
del titular de hoy aparecido en el diario La República:
1. Estos hechos constituyen una vergüenza de la
Iglesia que salpica a todos los creyentes. Hay que reconocer que esto es parte
de la Iglesia de la que formamos parte. Pedir perdón y sentir vergüenza.
2. Si bien el gobierno del Sodalicio ha reconocido
estos abusos, esto llega tarde después de años de reclamo de las víctimas y de
años de encubrimiento. Vergüenza y cobardía.
3. Todos los que alguna vez oímos algo del SVC,
escuchamos en algún momento esas historias que nos parecían raras y algo
retorcidas: La obsesión persecutoria enfermiza para su “captación” de jóvenes
miembros, su racismo escondido, su selectividad socioeconómica. Las historias
de manipulación psicológica en sus retiros para descubrir la “voluntad de
Dios”, el terrible aislacionismo al que
sometían a los miembros que se distanciaban de ellos. Las historias de San
Bartolo. Nada es nuevo. Se sospechaba, pero la magnitud del escándalo es tal
que se han visto ellos mismos obligados a publicar lo que durante años
ocultaron. Lo peor que revela esto, es que no son hechos aislados, sino que constituyeron
una práctica sistemática y tolerada.
4. ¿Es posible separar los casos de la institución?
Parece ser que esa es la tentación y a la vez el gran problema. El SVC, y todos
aquellos cercanos a ellos tienen que darse cuenta que su propia estructura, su
manera de pensar, su estilo de adoctrimaniento, la manera de establecer las
relaciones entre los miembros, todo eso ha estado torcido y retorcido. Lo que
se re-tuerce se per-vierte. La estructura, las maneras, la cultura es
pervertida. Y luego, se crea un entorno fácilmente capaz de pervertir: porque
el culto al líder y la obediencia ciega lleva al abuso y a la manipulación.
Mientras el SCV no se dé cuenta de eso seguirá anidando una y otra vez el abuso
disfrazado de santidad. Pero, ¿Cómo cambiar algo que está en tu ADN?
5. Una de las estrategias del Sodalicio siempre ha sido el aislamiento.
Encontrar al apestado y culparlo o quemarlo. Somos inocentes porque ya nos deshicimos del
causante de las penas. Lo hicieron con Doig. Ahora lo hacen con Figari. Se
saben que aún hay otros 3 cuyos nombres no ha sido revelados. Pero el problema
alcanza a muchos de los que hoy dirigen esta organización. ¿Es posible aislar,
cuando uno mismo fue parte y cómplice de los hechos? Muchos sabían y callaron.
Eso no cabe duda. ¿Serán capaces no sólo de reconocer que son co-responsables,
sino que hay que responder legal y moralmente por eso? Es otro de los desafíos
de Moroni. Presiento que él se sabe también responsable y culpable, pero la
negación tal vez pueda más ¿Estará a la medida?
6.
En la cultura católica eclesial, el carisma del
fundador inspira al movimiento y a la organización. Sin carisma no hay
institución. Qué le va a quedar ahora al SVC. No se pueden separar las ideas de
los actos de los fundadores, pero además, Figari construyó una institución de
culto a su personalidad. Él era el SVC . ¿Es posible reinventarse? Bueno en
estos tiempos todo puede ser posible. Pero entonces ¿Será reinventarse
siguiendo con las viejas estrategias de las verdades a medias y ocultar la
verdad detrás de la obediencia y la falsa santidad?
7. El sodalicio constituye, hoy por hoy, de las
peores cosas que le han podido ocurrir a la Iglesia Peruana. Esperemos que sus
miembros reconozcan esa vergüenza en su historia. Pero peor aún, la propia
Iglesia institucional eclesial se vuelve cómplice con una tibia resolución
enviada desde Roma hace unos días. Frente a eso, el gesto de Moroni queda como
valiente, obvio. Pero ¿Es un gesto valiente o un gesto desesperado de tratar de
salvar a la institución?. ¿Les interesan las víctimas o salvarse lo mejor que
puedan?
8. Lo que más me apena es el silencio cobarde de
muchos de sus miembros y muchos de aquellos cercanos a la institución. No los
he oído denunciar, gritar, escandalizarse. Mudos, callados, atónitos. Esperando
la solución de la cabeza. Víctimas una vez más de ese silencio cómplice que
domina y manipula. Una vez más, es el chip. La institución tiene el chip de
manera transversal. Pero eso no los exime. Y la palabra suena una y otra vez en
mi cabeza: “Cobardes”.